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Viendo la hipocresía e injusticias a diario, parece imposible hacer algo para lograr un cambio. la motivación económica es el motor que mueve nuestro mundo, pero el simple dinero no es mas que una herramienta. La verdadera motivación es la supervivencia, nuestro bienestar y el amor por nuestros seres queridos. El problema resulta en confundir nuestra verdadera y vital motivación con la herramienta de que el actual sistema dispone para lograr nuestros objetivos es decir, el dinero.
Está observando mis notas?
Es que soy grafólogo, ejem... Pero no lo sienta como una amenaza, ¿eh?
Ya. ¿Qué ve en mi letra?
Escriba una efe, por favor.
f.
¡Buena efe! El lazo de arriba y el de abajo, proporcionados: o sea, usted piensa y luego actúa en consecuencia.
Pim, pam. No siempre...
Yo antes hacía una efe con lazo arriba... pero palo abajo: o sea, que lo que yo pensaba luego no lo ponía en práctica. Y me esforcé en hacer una efe como la que usted hace.
¿Lo consiguió?
Sí. Y eso promovió un cambio en mi carácter: desde que la hago así soy más proactivo.
Cambio mi letra: ¿cambia mi carácter?
Tu letra expresa tu psiquismo. Por eso no tienes siempre la misma letra: porque vas cambiando. Y a la inversa, lo mismo: si cambias tu letra..., ¡algo te cambiará por dentro!
¿Respalda esto la ciencia?
La grafotransformación es controvertida... Pero la ciencia sí confirma la plasticidad del cerebro: ¡puedes transformarte!
¿A qué transformación se refiere?
Puedes reeducar tu cerebro para mejorar tu actitud, ¡sugestionarlo para ser más feliz!
¿Cómo lo hago?
Fuerza una sonrisa ¡y pronto te sentirás más alegre! ¿Sabe del síndrome de Moebius?
No.
A causa de una disfunción muscular, tu rostro deja de expresar emociones... Y, al poco tiempo, ¡dejas de sentir esas emociones!
¿Conclusión?
Que es un proceso reversible: si actúas "como si" sintieras una emoción, ¡acabarás por sentir esa emoción sugestionada! Por tanto, si sonríes y ríes, te pondrás contento. Y si piensas y actúas como si tuvieras éxito, ¡te llegará el éxito! Y si actúas como si fueses feliz..., acabarás siendo feliz.
¿Puedo sentir lo que desee sentir?
Si actúas como si fueras afortunado, atraerás la fortuna. No es magia: ¡es sólo que tenemos un cerebro muy, muy sugestionable!
Pero por mucho que el cerebro se crea algo, el entorno es el que es.
Ese cerebro sugestionado creará las condiciones para modificar el entorno en consonancia. Ya lo dijeron los griegos: ¡carácter es destino!
Póngame algún ejemplo de todo esto.
El mío mismo: al nacer mi hija, me pregunté cómo podía ayudar a esa niña a ser feliz...
¿Y qué hizo?
Rastreé los rasgos que tienen en común las personas afortunadas, las personas con buena suerte, satisfechas de su suerte.
¿Y qué rasgos son esos?
Son siete rasgos: uno, buen autoconcepto (aunque seas bajo y calvo, eso no te acompleja); dos, optimismo (ves salidas a todas las situaciones): ¿sabe lo de los militares húngaros perdidos en los Alpes?
No.
Encontraron un mapa, y eso les ayudó a hallar la salida. Pero ese mapa... ¡era de los Pirineos! Ellos no lo sabían: o sea que si crees que hay salida, ¡será más fácil encontrarla!
Tres.
Extraversión: allá donde van, establecen buenas relaciones (¡es el mejor modo de encontrar trabajo!). Cuatro, empatía: saben ponerse en la piel del otro, escuchar con el corazón. Cinco, autogestión emocional.
¿Autocontrol?
O saber enfadarse... ¡cuando toca enfadarse! Seis, proactividad: generan sus circunstancias, las que les resultan más favorables. Y siete, perseverancia: saben picar piedra.
Ahora ya sabemos cómo es la persona afortunada. ¿Qué hacemos con eso?
Ahora se trata de fomentar en uno mismo todos esos rasgos.
¿Cómo?
Yo aplico, por un lado, la grafotransformación. Y, por otro, las instrucciones nocturnas al cerebro.
¿Instrucciones nocturnas?
Sí: liberadas de sus obligaciones de la vigilia, las neuronas establecen más conexiones mientras dormimos. ¡Aprovechémoslo para reeducarlas en nuestro beneficio!
¿Cómo puedo hacerlo?
Relájate y escribe en un papel cinco veces alguna instrucción para tu cerebro: "me gusta mi cuerpo", "valgo mucho", "soy enérgico", "tengo aplomo", "hablo con facilidad", "voy a desarrollarme", "domino mis emociones", "dirijo mi vida", "me siento feliz"...
¿Y ya está?
Recítalas, cada una, en voz alta, cada noche, durante veintiocho noches. Y sigue luego con tandas de nuevas autoinstrucciones.
¿Y el cerebro obedece a esto?
Sí: al repetir la frase, el consciente baja la guardia y esa orden empapa el inconsciente... ¡Y ya sabemos que el inconsciente rige el 90% de lo que hacemos durante el día!
Qué fácil parece, pues.
Durante el sueño, el cerebro reconstruye y reorganiza conocimientos. Y es tan sugestionable... Fíjate en cómo caminan tus hijos, ¡y verás que caminan como su madre o como tú! Esto es inconsciente: imitamos. Aprovéchalo, ¡date instrucciones!
¿Debo escribir esas autoinstrucciones de mi puño y letra, a mano?
No hay un modo mejor de aprender algo que escribir a mano. Tonifica la memoria, reactiva neuronas... Es la gran noticia: puedes reeducar tu cerebro cuando quieras. Tú serás lo que quieras ser. Bien lo dijo Huxley: "Hoy es siempre todavía".
El famoso novelista del género de ciencia ficción H. G. Wells, llegó a escribir que “cada vez que veo a un adulto sobre una bicicleta, dejo de desesperarme por el futuro de la raza humana”. Si Wells tiene razón, el porvenir de la Tierra depende de que cada día haya más ciclistas, ya sea por la sostenibilidad, por la no dependencia del petróleo o por la salud de las personas. En este sentido, podemos ser optimistas, porque desde que el primer ser humano se puso en equilibrio sobre este invento de 1885, otros muchos lo han seguido. Sobre el planeta Tierra ruedan actualmente más del doble de bicicletas que coches. En el año 2007 se fabricaron en todo el mundo unos 130 millones de bicicletas, mientras que la producción total de coches en ese mismo año fue de unos 52 millones. Este medio de transporte es tan popular en China, India y todo el sureste asiático, como en Dinamarca, Bélgica, Holanda, Suecia o Finlandia.
Se dice que cuando un grupo de personas medita a la vez, se produce una beneficiosa resonancia que afecta a toda la humanidad. Es posible, que al pedalear se consiga un fenómeno similar. En Europa la “epidemia” se extiende desde el norte, donde millones de personas se mueven en bici pese a la lluvia y el frío, hasta el sur, donde su uso es un placer durante todo el año. Afortunadamente, la fiebre de la bici está llegando a España. Cuando el ayuntamiento de una ciudad como Barcelona se planteó montar un servicio de alquiler de bicicleta, pensó que con 15.000 habría suficiente. En pocas semanas 80.000 barceloneses se las disputaban pacíficamente, y ahora son más de 200.000 los usuarios que transitan sobre ellas por la ciudad condal. El éxito catalán ha llevado a que se implanten sistemas similares en Victoria, San Sebastián, Zaragoza, Mallorca, Valladolid, Sevilla y Pamplona, entre otras ciudades españolas.
El perfil del ciclista urbano se ha universalizado. Cada día aparecen en las calles nuevas clases de ciclistas que respetan los semáforos y a los peatones, no se arriesgan a colarse entre los coches, visten de traje y corbata cargando con su maletín en la bandeja de la bici, transportan las compras poco pesadas en la cesta del manillar, o arrastran los remolques para transportar a niños. El ejemplo de estos neociclistas, incentiva a muchos conductores de vehículos a motor a dar el paso de moverse también en bici, multiplicándose este efecto exponencialmente. Si observamos atentamente las conductas de estos neociclistas, podremos comprobar con el tiempo cómo, por efecto del milagroso pedaleo, son cada vez más informales a la hora de vestir, manejan la bici cada vez con más soltura y alegría, y sobre todo, como sus cabezas comienzan a llenarse de brillantes ideas para llevar una vida más sostenible. Esto no es ninguna fantasía, es algo que está ocurriendo. Siempre habrá que agradecer a los pioneros ciclistas radicales que se arriesgaban entre los coches y se manifestaban ante las autoridades locales por su papel inspirador, pero los que más contribuirán en la salvación del planeta son la gran masa de seguidores tímidos y tardíos.
Las leyes más simples de la física y de la economía son indiscutibles. La bicicleta es un medio de transporte extraordinariamente eficiente en términos de transformación de la energía en movimiento. El ser humano no tiene otra manera más eficiente de autotransportarse a mayor velocidad. Con la misma energía que gasta andando, se mueve cuatro veces más rápido en bici, debido a que el 99% de la fuerza que aplica el ciclista sobre los pedales, llega sin pérdida al eje trasero. Si se compara con otros medios de transporte, la bici gana con creces porque es mucho más económica, no contamina y ahorra tiempo en las distancias cortas. En las áreas urbanas, los desplazamientos de menos de cinco kilómetros son igual de rápidos o incluso más que si usamos otros medios de transporte. De hecho, si se incluyen los tiempos que se emplean en encontrar aparcamiento o en desplazarse hasta la parada de metro o autobús, más los tiempos de espera, casi siempre la bici resultará más veloz.
Ahora bien, la velocidad y el ahorro económico-ambiental que supone la bici no son sus únicas ventajas. En relación a un coche, ganamos el tiempo que se dedica a su repostaje, su mantenimiento y sus visitas periódicas al taller, pero sobre todo ganamos mucho tiempo al tener que trabajar menos por no tener que pagar mensualmente el préstamo firmado por su compra, ni los gastos de mantenimiento, seguro, limpieza, taller, multas e impuestos. Diversos cálculos rigurosos estiman que una persona debe trabajar, como media, al menos un día a la semana o una hora y media al día, para pagar su automóvil. A los costes personales del vehículo a motor, habría que sumar su repercusión sobre el medio ambiente y la sociedad. Entre todos pagamos la construcción y mantenimiento de las crecientes infraestructuras para la circulación de vehículos a motor, el sueldo de los agentes de tráfico, las indemnizaciones y pensiones para los heridos y familiares de fallecidos en accidentes de tráfico, así como los costes sanitarios para la recuperación de los accidentados y de los que enferman por la inhalación directa de los gases que emiten los vehículos. La bicicleta ahorra buena parte de este rosario de enormes gastos y mejora, la fuerza, la resistencia muscular, y la salud en general, además de permitirnos una mejor relación con el entorno, pues mientras pedaleamos, podemos admirar el paisaje o escuchar el canto de los pájaros.
Uno de los principales impedimentos para desplazarnos en bici es el temor a caernos o tener un accidente. Ese temor, es también un aspecto más de la cultura del miedo general en la sociedad occidental, especialmente en los entornos urbanos. Prueba de ello es que el temor a pedalear varía mucho en función de la clase social, la edad, el país o el momento histórico. Una de las principales responsables de este tipo de miedo es la industria del automóvil, que otorga al vehículo a motor el privilegio de ser cada vez más rápido y “seguro”. Esto encaja perfectamente en nuestra cultura de la individualidad, la seguridad, la velocidad y la imagen. Sin embargo, en la misma medida que aumenta la seguridad del conductor, disminuye la de quienes están fuera del vehículo. Mientras que dentro se está cada vez más protegido por estructuras resistentes y airbags, peatones y ciclistas quedan cada vez en inferioridad de condiciones. La potencia y rendimiento de los nuevos motores, así como el confort y la seguridad de viajar dentro de un coche, invitan a muchos a viajar más rápido y más lejos. Sin embargo, por mucho que nos quieran seducir o engañar, está demostrado que ir en coche y no pedalear sigue siendo mucho más arriesgado para la salud. Abandonar una vida sedentaria y combatir las causas del miedo son enormemente saludables.
Por eso no tengo nunca un libro, porque regalo cuantos compro, que son infinitos, y por eso estoy aquí honrado y contento de inaugurar esta biblioteca del pueblo, la primera seguramente en toda la provincia de Granada.
No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.
Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que necesita y ¿dónde están esos libros?
¡Libros! ¡Libros! Hace aquí una palabra mágica que equivale a decir: ‘amor, amor’, y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevsky, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita; y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: ‘¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!’. Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.
Ya ha dicho el gran Menéndez Pidal, uno de los sabios más verdaderos de Europa, que el lema de la República debe ser: ‘Cultura’. Cultura porque sólo a través de ella se pueden resolver los problemas en que hoy se debate el pueblo lleno de fe, pero falto de luz.